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ALGUNAS REFLEXIONES SOBRE LA ARQUITECTURA BIOCLIMÁTICA

Cada vez que se edifica cualquier arquitectura debemos de entender que introducimos en un medio un organismo viviente, el cual ocupa un territorio que no le pertenece, altera o destruye la vegetación previamente existente, consume su agua, altera la temperatura de su entorno obstruyendo el sol o disipando energía y sobre todo, contamina el medio: el aire con gases combustibles, el suelo con desechos sólidos, el agua con aguas sucias y el paisaje, modificando una escala y calidad visual existente.

En la mayoría de los casos, el proceso está más próximo a un parasitismo orgánico que a una auténtica simbiosis con el territorio.

Es, por tanto, objetivo primero de la arquitectura bioclimática, introducir un concepto en el que se busca como fin fundamental el respeto y simbiosis con el medio natural en el que se inserta. Evitando alterar los ecosistemas, logrando una intervención integrada que se incorpore visualmente en el entorno, empleando materiales y técnicas que hayan sido sancionados por la adaptabilidad al clima y las condiciones específicas del lugar, una construcción sana que emplee materiales no contaminantes en ninguna de las fases de su vida desde la extracción a la eliminación.

Por ello, los edificios bioclimáticos son aquellos que contaminan poco al consumir poca energía, ya sea por no necesitarla, por conservarla correctamente o por autogenerarla. Edificios que controlan sus residuos, reduciéndolos o reciclándolos para su propio uso. Por último, edificios integrados en el ambiente que facilitan el desarrollo sostenible del lugar.

Sin embargo, estas ideas generales que la conciencia colectiva en la actualidad asume fácilmente como suyas, al ser conscientes de la degradación del medio físico que el hombre está produciendo y las desastrosas consecuencias climáticas que estamos padeciendo en su alteración, la arquitectura como parásito de dicho medio, influye de una manera alarmante en este proceso, y evidenciando la gran paradoja en la que estamos inmersos: el progreso necesario y legítimamente conquistado a lo largo de la historia para conseguir unos mayores equilibrios de justicia y unos irrenunciables estados del bienestar y el deterioro del medio físico que nos ha conducido a dicho progreso. Ante ello se requiere repensar urgentemente sistemas y métodos que vuelvan a reconducir el camino para evitar un proceso que no sea irreversible.

¿Qué podemos hacer pues los arquitectos como uno de los agentes altamente implicados en el proceso?

Primeramente, el problema no se solucionará mitificando la arquitectura popular como modelo a seguir. Ello no conduce más que a falsos pintoresquismos que esconden realidades y avances tecnológicos imprescindibles. Se trata más bien de aprovechar los grandes avances tecnológicos conseguidos y aplicarlos, o lo que es más importante, repensarlos para situaciones concretas y lugares precisos. Es importante alejarnos cuanto antes de soluciones universalistas que puedan ser aplicables en cualquier latitud. Esa prepotencia del movimiento internacional nos ha conducido a situaciones absurdas y paradójicas que agudizan estos problemas.

Ya sabemos que una solución de muro cortina acristalado, perfectamente adecuado para una región como Noruega (ávida de luz y calor) no sirve para cerrar un edificio de oficinas en Almería.

El hombre y la naturaleza donde habita comparten unas leyes y estructuras comunes que en realidad nos hacen ser la misma cosa y afortunadamente en sistemas muy diversos en cada medio natural, plural, pero todo relacionado.

Debemos mediante la arquitectura bioclimática buscar la reconciliación de la forma, la materia y la energía que han estado tratados separadamente por técnicas diferentes desde los lejanos tiempos del renacimiento y que el siglo XX no ha hecho más que aumentar. Sin embargo, debemos ser optimistas. Asistimos a una nueva manera de entender la naturaleza y aun existiendo una excesiva sacralización de la misma, ello está generando una importante y nueva sensibilidad colectiva.

Debemos producir digamos, una fuerte conciencia energética que nos haga diseñar simultáneamente la producción y el uso de la energía como un problema de reflexión arquitectónica desde la propia iniciativa y la demanda del usuario que desarrolla desde el origen la necesidad de nuevas formas, nuevos criterios tipológicos, y aprovechando sin lugar a dudas los grandes avances tecnológicos desarrollados (materiales, sistemas constructivos, instalaciones, información, etc.…)

En este ámbito de reflexión intelectual es donde nuestro estudio trabaja los proyectos de arquitectura.