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Le Corbusier: La arquitectura es el juego sabio, correcto y magnífico de los volúmenes bajo la luz (1920)

De la luz plástica a la luz térmica

La luz como eje fundamental de la composición, como una herramienta de proyecto estrechamente ligada a la pura percepción visual. El proyecto moderno dio cobijo a lo visual y lo intelectual pero dejó un reducido espacio para albergar lo sensorial. El intelecto centró en lo visual su interactuación con la energía lumínica, arrinconando el papel del cuerpo como lugar de la percepción.

El ser humano retomando el ideal antiguo de establecer una relación directa entre las proporciones de lo construido y las del hombre, dentro de una concepción del espacio (volumen, objeto, paisaje….) como elemento generador que precisa de una relación entre proporción y luz para dialogar con el ocupante. Pero las demandas de la contemporaneidad han puesto en discusión esta interpretación.

El nuevo paradigma de la sostenibilidad y la eficiencia energética han encaminado la reflexión hacia concepciones de la relación espacio-ser humano basadas en pensamientos de base energética, climática, atmosférica,…. Planteamientos que buscan un nuevo lenguaje propio arquitectónico.

Para este nuevo lenguaje aparece la posibilidad de una nueva lectura necesaria: el espacio como captador-transmisor de energía, la “maquina intercambiadora” entre el ser humano y la atmósfera. Y como base de todo el argumento la certeza de que cada acción del ser humano en el espacio implica una transferencia de energía y por lo tanto una modificación del estado energético de la atmósfera que lo rodea. La luz ya no la entendemos únicamente como un elemento de iluminación, la luz pasa a ser energía térmica y por lo tanto la distribución térmica del aire ha de pasar a ser una herramienta “estética” de la composición arquitectónica.

Es aquí donde nos empieza a interesar la formalización de estos presupuestos. Nos interesa explorar las características físicas y químicas de la luz como material cargado de energía térmica, sus capacidades conductoras, su función fotosintética, etc. Como, de repente, se ha convertido en un elemento capaz de modificar la composición y cómo nos está urgiendo a ser capaces de desarrollar las nuevas herramientas que construirán bajo este nuevo lenguaje.

Esto nos hace reflexionar sobre cómo una nueva construcción del pensamiento nos permite plantear una nueva mirada sobre los elementos con los que tradicionalmente hemos trabajado, y como estos per se pueden modificar la manera de hacer las cosas sin necesidad de volcar todas nuestras esperanzas de cambio en la aparición de futuros nuevos materiales que revolucionen el lenguaje compositivo. Y de qué manera incorporar este nuevo lenguaje proveniente de lo climático-atmosférico al anterior modelo basado en lo funcional, compositivo, tipológico y narrativo.

Un intento de investigar en una arquitectura capaz de hacer del aire, la luz, el agua, el sol los mejores y más eficientes materiales de construcción.

Un neomaterialismo constructivo (en palabras de Iñaki Ábalos) capaz de trasladar el peso de lo tectónico tradicional a la manipulación de los elementos atmosféricos como material a activar. Las soluciones arquitectónicas deberán utilizar una combinación de medidas tecnológicas, espaciales y materiales para reintroducir una relación más táctil y, en última instancia, más abiertamente energética entre los humanos y el entorno construido.

Hasta que una determinada cultura material no ha llegado a cristalizar, las novedades tecnológicas no son capaces de producir por si mismas este tipo de cambios.

Este nuevo enfoque de los elementos constructivos desde esta transformación de nuestra cultura material fomentan la aparición de nuevas tecnologías, nuevas aplicaciones materiales e incluso nuevas dinámicas colaborativas entre profesionales que en la cultura previa eran periféricos a la profesión.

Y es aquí donde debemos ser conscientes que para llevar adelante esta evolución la cultura colaborativa entre el mundo de la arquitectura, la empresa y la investigación tienen que estar íntimamente ligadas ya que nuestras intuiciones físicas, por no hablar de las químicas, se están quedando muy cortas para afrontar proyectos que sean capaces de hablar el lenguaje que busca el nuevo paradigma de la sostenibilidad.

Bajo viejos principios la tecnología, y los climas construidos bajo sus premisas, ha sido dominada por sistemas mecánicos que conducían a un creciente consumo de energía y a una falta de consideración de la experiencia sensorial del individuo en el espacio.

Entendemos que debemos huir de seguir apoyándonos en la tecnología para continuar construyendo las mismas arquitecturas plásticas equipadas con soluciones mecánicas “inteligentes” para pasar a construir arquitecturas que, desde el saber tácito de individuo como ente energético, interactúen con el entorno en un intercambio de flujos basado más en comportamientos termodinámicos que mecánicos.

Estos planteamientos conceptuales nos han llevado en RLA a explorar e intentar implementar en nuestros proyectos soluciones que pudiesen formalizar esas intuiciones sobre las que venimos reflexionando. En el intento de desarrollar en cada nuevo encargo una arquitectura comprometida con los retos más esenciales de nuestro tiempo.

Así en la Agencia Andaluza de la Energía, al igual que en otros proyectos, el concepto de organismo se explora desde estos planteamientos. Se explora la luz natural como un sistema venoso de un nuevo organismo capaz de llevar a los lugares más profundos la necesaria cantidad de luxes para evitar en la medida de lo posible el uso de la luz artificial, generadora de tantas emisiones al medio.

La luz es así una radiación electromagnética que se propaga en el espacio produciendo y consiguiendo todo tipo de posibilidades, térmicas, visibles, sintéticas, etc... aprovechar estas y darles formas arquitectónicas ha supuesto el campo de exploración de RLA con esta herramienta.